martes, 26 de junio de 2007

Sampedros 2007

No es que sean vagos en España, para nada. Pero en buscar tiempo para tomarse unas copitas y pasarla bien, a éstos no les gana nadie. Son la ostia. Ahora en el verano están las fiestas de San Pedro y San Juan, que se festejan en muchos lugares. En Burgos son las más populares, pero no las únicas. Desde que trabajo en el diario me la paso de fiesta en fiesta. Además, como es verano, en algunas empresas se trabaja sólo hasta las tres de la tarde. Tiempo para pasarla bien, tienen. Lo de las fiestas es todo un espectáculo, hay muchísimas actividades, conciertos, de todo. Toda la ciudad está de parranda. Hay feria de tapas por todo el centro y barrios, incluso hay mapas para saber qué tapa se puede comer en cada puesto, y cuáles son frías y cuáles calientes. Obvio, yo me la paso probando muchas por ahí. Con una compañera del periódico el domingo pasado decíamos que hasta dan ganas de ser feliz.
Les dejo las fotos que saqué, todas con un teléfono que cada vez tiene más golpes. Y abajo les pego una crónica que publiqué en el diario sobre una cabalgata (desfile). Es un poco larga porque ni yo ni el de maquetación teníamos un buen día y elegimos mal el diseño, que me obligó a sudar tinta. No se crean que me mandan muy preparado para lo que voy a cubrir, me las tengo que arreglar como si supiera de qué se trata. Me dijeron cabalgata y yo esperaba ver caballos. Fíjense si encuentran alguno en las fotos...
El que quiera lee la crónica, y el que no tiene las fotuchis.














Vivir la cabalgata de las fiestas:
no tiene precio

Esto de las fiestas es la leche. La flora y la fauna que se veía ayer en la cabalgata es digna de cualquier película que lleve un título así como «Aquí sí que se curran a las fiestas». Charangas, personajes, bailes, caramelos. De todo se podía encontrar. Y que le vayan a preguntar a ese grupo de amigos que veía pasar el desfile en la terraza de un bar, mosto con hielo y platito de aceitunas, domingo y sol, si en la vida hay todavía algo más. Tanto se las curran los burgaleses que hasta dan ganas de ser feliz.

Entrada la mañana, exactamente en la esquina de Eladio Perlado y Vitoria, Francisca clava su banquito y deja en el suelo su bolsa con bocadillos y refrescos. Todavía no hay casi nadie en la calle, pero ella lo tiene muy claro: no va a perderse detalle y mejor si es con el estómago contento. En poco más de 20 minutos, ya era acompañada por una multitud que apuró el desayuno para vivir un domingo con las mismas ganas que ella, quien no se va a mover durante la hora y media en que pasan todos esos entusiastas que dan vida a la cabalgata.

Será muy tradicional el desfile, pero las peñas cada vez le van poniendo sus toques. Estaba Shrek un poco pasado de copas para ser tan temprano, y para cualquier otra hora del día también, hablando algo gracioso con Aladino y un policía. Escoltado por la Abeja Maya, el Gato con Botas andaba por ahí como buscando su sitio de partida. Un niño, de esos que pintan para futuro crack, lo reconoce y le lanza un grito, mientras se aventura con un movimiento de espadachín en plena calle. Pero el Gato con Botas burgalés no estaba para responder tales destrezas, o no las tenía muy ensayadas.

EL SHOW. Las charangas comienzan a sonar, los jóvenes bailan y ya se va sientiendo la emoción cuando peñas y carrozas comienzan a bajar por calle Vitoria. Los que lanzan caramelos a la gente también parecen estar muy emocionados porque muchas veces los revolean directamente a las cabezas y hay que andarse con cuidado de que no lo emboquen a uno. Los niños están muy atentos y preparados para juntar la mayor cantidad posible de golosinas y se mueven como una legión invasora en busca de algún tesoro. Tras un par de intentos fallidos, una mujer de bastante edad recoge uno del suelo y comunica sonriente a sus amigas: «Ya tengo la comida hecha».

Se ve a muchos peñistas con incontables Sampedros en las espaldas. Siempre andan dirigiendo alguna cosa, ordenando el folclore por aquí y allá, mientras los más jóvenes se lo pasan de lo lindo. Cada integrante luce con orgullo los colores de su peña. A muchos no les alcanza con el pañuelo, también llevan algo más atado a la cintura, por si acaso algún hereje confunde a cuál pertenecen. «Estos somos, aquí estamos», parecen decir. La peña de Los Gamones lleva su desmotorizada carroza a pulso, con unos cuantos calimochos de combustible.

Todos los grupos despiertan admiración, ya sea por la vestimenta, el baile o la música. La peña Capiscol luce unas pelucas a lo Diego Maradona, que no será alguien de mucha pertenencia a estas fiestas, pero es imposible evitar una relación tan directa.
Otros van con uno de esos megáfonos que se han puesto de moda en la noche, para desgracia de algunos vecinos que pretenden dormir sin sobresaltos, al simplísimo grito de «Oe, oe», que ya se sabe que la gente no tiene el oído demasiado complicado.
Al lado de peñas como la Real y Antigua, Rincón de Castilla o Comuneros Río Vena, casi es un deber conocer a qué se debe el curioso nombre de Los Pitufos para otra de ellas. Simple, le pusieron así porque estos personajes estaban de moda cuando se creó la peña, así que nadie se soprenda si dentro de 20 años desfila la peña Los Teletubbies con alguna charanga electrosónica.

COMO UNA MOTO. Junco y Chivo están desmadrados. Salieron anoche por ahí y llegan de empalmada al desfile, botellín en mano. Pasa una peña al canto de «Tírate de la moto», y estos dos explotan de alegría y se lanzan al ruedo a pleno baile, abrazando a los peñistas y tratando de hilvanar alguna frase imposible para la cantidad de cervezas que llevan encima. Más espectáculo gratuito para la gente. «Las fiestas hay que disfrutarlas», resume un amigo de ellos que se mantiene entre el público, como una suerte de recambio que espera saltar al terreno a mostrar lo suyo.

Cuatro peregrinos eligieron hacer su camino por el cordón del desfile y se ganaron la simpatía del público a cada paso, además de una generosa botella de agua de un émulo de Pancho Villa que venía con la carroza del Centro Mexicano.

La carroza del Club de Modelismo sorprendía con sus coches a control remoto y gastaban bromas a los niños, que cuando creían poder tocar a esos autitos que los tenían fascinados, sus dueños les daban una acelerada y los ponían lejos en un zas. La misma gracia tuvo sus ribetes más payasescos cuando cuando Junco y Chivo, los mismos de antes, quisieron cazar a los coches, a todas luces más rápidos que ellos.

No tuvo desperdicio la cabalgata de ayer. Ni siquiera los lamentos de Ariel, un vendedor de globos al que la jornada no le auguró un buen agosto, alcanzaron para empañar un domingo en que los burgaleses demostraron que entre historias de Gigantones y Gigantillos, esto de las fiestas no es puro cuento.

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