lunes, 1 de octubre de 2007

Metamorfosis


Estuve el fin de semana en un pueblo de Burgos que se llama Mahamud. Tiene apenas 120 habitantes y en dos patadas se puede caminar de punta a punta. Ahí, hace 500 años, y por una casualidad, ordenaron cardenal a un tal Cisneros, que parece ser que después de eso se convirtió en una eminencia.
Tiene una plaza Mayor muy linda y la iglesia, si bien modesta en comparación a otras, es también muy hermosa, aunque yo no le echo el ojo como un feligrés. Resulta que conmemoraban el quinto centenario del nombramiento del Cisneros este como cardenal, que habrá sido hace mucho, pero sigue siendo lo más importante que pasó en el lugar. Hicieron una especie de misa-concierto con obra de teatro para representar el momento en que lo ascendieron a Cisneros, que no tiene nada que ver con el Virrey que conocemos nosotros. Y como siempre, después de eso viene el morfi popular: los pinchos.
Ahí comienza la metamorfosis de las personas que educadamente escucharon la misa en latín. El famoso “don de gente”, eso que piden en los trabajos, directamente se va a la mierda. Es que cuando la cosa es gratis la gente se transforma, se desespera por un pincho como si fueran muertos de hambre.
Termina la misa y todo el mundo se queda en la plaza del pueblo. Algunos están disfrazados de fraile, otros con ropas medievales y el clima es el de las fiestas de los pueblos de acá. El humo de brasas golpea y el olfato no falla: hay pinchos. Y no sólo que son gratis, sino que el sistema de reparto es de lo más generoso. Hay que pasar por delante de unas mesas donde esperan muchas bandejas que rebosan de morcillas, chorizos y cerdo. También hay pan, vino y gaseosas. Nadie se puede quejar.


La mayoría se coloca ordenadamente en una larga cola que se forma en la plaza. Pero casi que no avanza. ¿Por qué? Porque los que van primero se abusan en el itinerario por las mesas y agarran pinchos para toda la semana, y encima se quedan a morfar ahí, sin moverse. Pero se sabe que el hambre no va con la paciencia popular, y ya empiezan a llegar muchos otros que abandonaron la cola, o directamente no la hicieron, y se agolpan en las vallas delante de las mesas, pidiendo desesperadamente a los que están del otro lado que les sirvan a ellos. Hay dos monjas que están como si no hubieran comido en años y le piden como bestias a un chico de unos 8 años que les sirva todo lo que pueda. “Dame chorizo, dame pan, dame”, le dicen. Las monjas comen como si no hubiera mañana, y a los dos minutos saltan la valla y se bajan una Fanta limón de un saque. Ya el reparto se descontrola, los de la cola se quejan “si aquí no hay más que listos, joder” y los que sirven piden a los gritos que por favor avancen. El inglés Duncan Fox, uno de los músicos de la misa, no sale de su asombro al ver tanto folclore español en una sola entrega. «This is incredible», dice. Es que cuando es gratis es gratis.