lunes, 26 de mayo de 2008

Un poco mucho

Ya sé que estamos en el 2008 y ahora tenemos ventajas tan importantes como comprar un par de medias por internet o una bandeja de champiñones sin intención de gusto a algo, pero a mí, algunas veces, las cosas me parecen un poco mucho. Voy al Carrefour y en uno de los negocios venden animales. No es nada nuevo, pero creo que nunca antes había visto ofertas del tipo 2x1 en mascotas. Unas lagartijas cara de nada que no sirven más que para hacerte el cheto cuando invitás alguna mina a tu casa se vendían a precio de bicoca: una por 9 mangos y 2x15. Así nomás, lleve dos que le sale más barato, aproveche la oferta. Yo me juego que muchas de esas lagartijas van a terminar fritas en el tacho de basura, y ni hablar si reciben críticas negativa de las mina, sería fulminante para el pobre reptil.
Pero lo que más me conmovió fue un cartel que decía lo siguiente, como pueden ver en la foto:

Gato persa: 275 euros.
Gato común: 30 euros.

Son dos gatos, nada más que uno es comunardo y el otro se llama persa y comprarlo es de fifí. Encima que el gato de toda la vida le saca mil vueltas al persa, se tiene que aguantar que lo ninguneen como un salame. Nunca me cayó bien esto de que los animales tengan precio de mercado. Pero acá ya me parece que se va al carajo.

jueves, 15 de mayo de 2008

Trágico: se fundió Ali


Se veía venir: se hacía rico o se iba a la lona. La generosidad de su kebab, el más contundente que se haya visto en el planeta, lo hizo famoso en el boca a boca del barrio, pero parece que la clientela lo abandonó en el invierno. No sé por qué razones. Una puede ser que su local era muy chiquito y la ventilación no era muy notable, así que al estar un par de minutos ahí dentro mientras esperabas el pedido, la ropa te iba a quedar oliendo a fritanga unas 14 horas mínimo. Si eras un valiente y te ibas a esperar afuera, el chiflete del invierno de Burgos te iba a dejar más solo que Kung Fu. Y eso, repito, si eras un valiente. La cosa es que Ali hizo las valijas y se volvió a Pakistán, según pude saber. Y al carajo con el kebab y el sueño europeo. Estaba cansado porque no hacía la famosa “diferencia”, me comentan. Ahora que el ramo pierde a su exponente más generoso, todo vuelve a la normalidad. Los miserables tecnócratas de la cantidad, aquellos especuladores que le hicieron un piquete porque le ponía demasiada carne, ya pueden descorchar tranquilos. Otra batalla perdida.