lunes, 11 de junio de 2007

El salto del Colacho

El domingo estuve en una fiesta de un pueblo de Burgos: la Fiesta del Colacho. Es una fiesta muy curiosa, de la que nunca había oído hablar. Miles de personas de toda la región llegan a Castrillo de Murcia, un pueblito medio perdido en la sierra para ver lo siguiente: una procesión religiosa en la que un tipo que se viste de demonio anda por las calles saltando unos colchones donde hay varios bebés. De esa forma, los bebés, que fueron casi 100, quedarían librados de la influencia del Mal. Es así como se los digo, una cosa muy graciosa. Todo el pueblo, que no tiene más de 200 personas, cuelga unas mantas desde las ventanas, y al más puro estilo español todo termina en vino, pinchos y queso. Estuvo buenísimo, lleno de gente, mucho sol y pasamos un par de horas con mi compañera del diario. Les pego abajo la crónica que escribí para el diario. Las fotos no son gran cosa, pero no pidan más que las saco con un teléfono.









La huida del
Colacho

Si antes de llegar a este pueblo alguien nos cuenta que vamos a encontrar un colchón en la calle con seis bebés, y que un hombre que dice ser la encarnación del demonio los va a saltar para escapar del Bien, simplemente no lo creeríamos. Pero por extraño que parezca, exactamente eso es lo que se ve en la Fiesta del Colacho.

Casi todas las casas de este pueblo de apenas 200 habitantes tienen mantas blancas colgando de las ventanas. Pero no es que las cuelgan y ya, sino que sus dueños están ahí dale que dale, que un poquito más aquí, que mejor correrla más allá, y que no la sueltes todavía. Es que, claro, son mantas bordadas a mano y hacerlas llevó mucho tiempo a las mujeres que las exhiben con orgullo. Por cada una de ellas hay dos o tres personas pendientes de cómo se ven. Con rosas y mantas, algunas familias construyen unos pequeños altares en el frente de sus hogares, que luego serán un punto de parada en la procesión. Los vecinos están ayudando y hay que ver el esmero que ponen todos en cada detalle.

En los colchones también se ve el orgullo de la gente por esta fiesta. Lo que a simple vista parece tan sencillo como poner un colchón en el suelo, no lo es para los lugareños. Un grupo de cinco de ellos se toma un buen rato para la tarea, como casi todos los demás. Cambian de lugar, debaten si más de costado o no, si ponen la mejor manta, y cuando ya lo tienen todo controlado lo levantan porque olvidaron barrer. Y todo de vuelta. “Tantos años con lo mismo y todavía no saben poner el colchón”, les dice un vecino en broma. Parece como si el entusiasmo de los adultos por la fiesta del pueblo los convierte casi en esos niños que fueron hace muchos años, cuando el Colacho saltó sobre sus cabezas.


EL SALTO. Terminan los cantos de vísperas en la iglesia y todo el mundo se prepara para la procesión. Los colachos ya están sueltos y hacen sonar la tarrañuela. Las madres dejan solos unos momentos a sus bebés, esperando el salto, pero algunos rompen en llanto y ellas tienen que ir y venir varias veces con unos mimos de efecto instantáneo. Un par de miembros de la cofradía vocean de mala forma contra algunas de esas madres y parecen más preocupados en el orden que en disfrutar de la fiesta.

Y van los colachos a cumplir su tarea. Saltan uno, dos, tres y todos los colchones, mientras recorren la calle del pueblo junto a la procesión. La gente aplaude algunas veces, aunque haya carteles pidiendo silencio. Detrás, viene un párroco y da la bendición a los bebés, a los que les sueltan también unos pétalos de rosa sin que ellos entiendan absolutamente nada.

Lo que hace el Colacho es todo un espectáculo. Toma envión y da un salto ante la sorpresa de todos los presentes y la alegría de los padres, que están apuntando con sus cámaras de fotos. Según la tradición, el salto significa su huida y así los niños quedan librados de la influencia maléfica. Roberto es uno de los dos colachos, el entrante, y el que volverá a saltar el próximo año. Habla todo el tiempo con su compañero, el saliente, y la felicidad se le nota en la cara. Confiesa que no hay mucha preparación física para los saltos, pero que este momento lo esperó toda su vida. Uno de los bebés que salta pierde un zapatito y Roberto se lo coloca. Para ser el demonio, es bastante amable.

3 comentarios:

  1. Anónimo10:52 p.m.

    estudiaste periodismo para escribir ese mamarracho... borrate flaco!!

    ResponderBorrar
  2. Gracias, gordo tránsfuga!!!! Ya ves, 1) estudié, y 2) sé escribir. Dos cosas que vos no...

    ResponderBorrar
  3. Anónimo3:23 p.m.

    me parece interesante y boludo (¿se dice así?) pero ¿por qué no publicas algo sobre las carretillas de Bigastro, amigo Tato? soy la de rojo, búscame, te espero

    ResponderBorrar