miércoles, 30 de abril de 2008

El tango está en tu vida



Hay gente que nunca ve las puertas cerradas. Son incombustibles, dirían en el barrio. Como Raquel, una burgalesa que bordea las siete décadas y llega con su esposo a la tarde del sábado del Interclub de Caja de Burgos, donde se hacen las clases para aprender a bailar tango. La actividad ya comenzó hace unos cuantos minutos y su esposo cree mejor no interrumpir. Pero Raquel avanza entre los bailarines del salón y se planta ante Fernando y Valeria, los dos argentinos monitores del taller. Y les dice que hoy quiere bailar tango.

Sin dejar esa estela, pero con las mismas ganas de bailar están otras ocho parejas, todas españolas, que van atendiendo las explicaciones de los monitores y ensayando lo mejor que pueden. Y la verdad que no es fácil este baile. Pero, como hizo Raquel, no queda otra que aprender en la pista. «El tango nos gusta desde hace muchísimo tiempo y nunca lo bailamos. En el periódico vimos lo de las clases y aquí estamos», cuenta la mujer.

La música te pega. Vení, escuchá. Prestale el oído al tango argentino. Aquel del romance, la bohemia y de las letras apestando a melancolía, a una vida llena de grandezas y desgracias por igual. Desde el alma. Desde ahí suena el tango y así se llama la canción que comienzan a bailar Fernando y Valeria, desparramando ganchos, molinetes y voleas, algunos de los movimientos característicos de esta danza. «Alma, si tanto te han herido, ¿por qué te niegas al olvido?», pregunta este tangaso en el arranque, y son de esas cuestiones en que no hay razón que pueda sostener una respuesta.

Tampoco lo saben los bailarines en la pista del Interclub: ellos bailan porque quedan atrapados en su sensualidad, como si el tiempo se congelase mientras suena la orquesta. «Es un diálogo, es la pasión de bailar y el tango da mucho más lugar a la interpretación que otros bailes», opina Irene, quien ya se defiende bien.

Fernando Nahmijas, uno de los monitores, dice estar sorprendido por el conocimiento del tango en España. «Aquí comienzan a interesarse por esta música más tarde que en otros países europeos. Pero poco a poco van conociendo su historia y cada vez vienen más jóvenes», explica el bailarín, que llegó a Madrid hace cuatro años, procedente de Buenos Aires, allí donde a fines del siglo 19 se fue gestando este ritmo, en el que no fue menor el aporte de los inmigrantes que
por aquellos años huían de la Europa del hambre.

Ida y vuelta. Entre los nativos que frecuentaban el puerto de la ciudad y los inmigrantes europeos, el tango nació en los precarios asentamientos de todos estos aventureros en el Río de la Plata. Su característico compás de 2 x 4 recoge el ritmo que tenía la vida en los suburbios de la entonces despoblada Buenos Aires. Así despierta esta música que con los años se irá perfeccionando e incorporando nuevos instrumentos.

Los relatos de la época cuentan que entre tantos hombres solos que añoraban su tierra y eran hundidos por la soledad, los prostíbulos de la época no podían con tanta clientela. Había que entretenerlos de alguna manera hasta que las damas que ejercían la profesión más antigua del mundo estuvieran disponibles. Y entonces nacieron el baile y las orquestas. Recorriendo miserias y alegrías, amores y odios, la poesía del tango comienza reflejando la vida de aquellos habitantes de una ciudad que crecía imaginando un futuro prodigioso, y aunque hayan cambiado las formas y los tiempos, hoy sigue fiel a ese ritmo urbano. Si tanto te han herido, Argentina.

Hoy el tango crece en Europa de la mano de toda la legión de argentinos que han dejado el país buscando una vida mejor, al igual que aquellos europeos que llegaban al Puerto de Buenos Aires con apenas una maleta. La vida del tango, igual que la del inmigrante, es un ir y venir permanente, entre amarguras y felicidades. Ya te lo advierten sus letras más arrabaleras: todos somos del barrio, no te crezcas. De la gloria al infierno no hay más que un paso. Eso de
que cuando estás en la subida, tenés que darle la mano a todos, porque a los mismos después te los encontrás en la bajada.

Dicen que muchas veces la vida se parece a un tango. Lleno de coraje, en el que te juegas a los naipes el nombre de un amor. Pero también con mucho de lo otro, con gusto a barro. No es un ritmo ni un baile, juran los tangueros. Es una forma de vivir. No lo tenés muy lejos: olfatealo, el tango está en tu vida.

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