viernes, 27 de julio de 2007

Ni hablar de besos

Bueno, que ando mucho de pileta estos días, y en Burgos cada día de sol hay que aprovecharlo como si fuera el último, porque nadie asegura que vayas a tener muchos más. También, que se me rompió el teclado de la compu, precisamente la barra espaciadora, o sea que tengo que estar escribiendo con una combinación de teclas para quelascosasnoquedentodasjuntasperoqueescomoescribelacompuahora.
En Argentina no hubiera pensado que me tocaría ir a la Fiesta del Maní o a la del Salame, pero bue. Acá me están tocando las fiestas de ese tipo. La semana pasada estuve en la Fiesta del Ajo en un pueblo a unos 40 minutos de Burgos. Les dejo abajo la crónica, que escribí a los pedos sobre el cierre de edición, porque resulta que la fiesta no arrancaba y a nosotros se nos hizo tarde al volver. Era ver ajo por todas partes. Ajo esto, ajo lo otro. Uno me contaba que desayunaba con sopa de ajo. Y lo mejor: el concurso de tejer ajos, sin desperdicio...
Este fin de semana, para seguir con las verduras y hortalizas, voy a estar en una fiesta de la lechuga en otro poblado que parece es muy lindo. Ya les contaré sobre el premio: la lechuga de oro.






Ni hablar de besos
Más de 400 personas llegaron desde toda la región para la tradicional Feria del Ajo en Castrojeriz Un singular concurso premió la habilidad de tejer trenzas con esta hortaliza

Es guapa la Reina de la Feria del Ajo, que si no difícil la iba a tener para conseguir novio con este antecedente. A ella, como a todo el pueblo, se la nota orgullosa de estar en las fiestas. Ajo y ajo. No se ve otra cosa en la tarde de Castrojeriz. Unas 400 personas pasean entre los puestos y husmean un poco para llevarse una de esas ristras que duran quién sabe cuánto.

Saturnino está de pie junto a su cosecha. Tiene 75 años y hace apenas tres empezó con esto de los ajos. «Para hacer algo, me sobraba tiempo», dice. Con un pequeño terreno, en lo suyo no hay nada de máquinas, todo es a mano. Humilde, reconoce que no sabe hacer las ristras que se ven en la mayoría de los puestos, y tiene todos sus ajos atados tal como salen de la tierra, aunque una vez cosechados se los lleva a su casa para limpiarlos un poco. Después de la feria, se vendrá a Burgos para vender el sobrante. Si saca unos 800 euros, ya es suficiente para él. Mucho más ducho en el tema está Pablo, veterano cultivador de esta hortaliza. Sus ristras lucen impecables. Enormes e imponentes, las cabezas de ajo se apilan delante de su maestro. Si hasta brillan. Pablo es un enamorado de su cosecha, y confiesa sin problemas que no son pocos los días en que desayuna con sopa de ajo.

«En este pueblo se regatea», le dice una clienta a un vendedor, mientras el hombre piensa su jugada para salir del compromiso en que lo metieron. Le compran varias bolsas y cualquiera podría pensar que con eso ya tienen para hacer salmorejo durante años, pero esta gente lo tiene muy claro: «Esto nos dura 11 meses», dicen. Ni uno más, ni uno menos. Finalmente, no le quedó otra al vendedor que anunciar un generoso descuento.

Mientras la gente anda eligiendo por aquí y allá, cerquita de la feria hay un grupo de peñistas que llevan ya unas cuantas horas cocinando esa sopa que ya se empieza a sentir entre el público. Pollo, pan, huevos batidos y pimienta. Nadie sabe ya cuántos kilos de ajo, pero qué más da. Laura, una de las cocineras, ya se prepara para recibir a la marea de gente que, anticipa, buscará repetir hasta cansarse.

TEJER CON AJO. Llega la hora del gran concurso de tejer ajos. No se trata de ninguna tela a base de la hortaliza estrella del pueblo, sino de las trenzas o ristras de ajo que se ven colgadas en las verdulerías. Antes de eso, un podio de ciclistas de la Vuelta de Castrojeriz recibió sus premios. Y si alguno esperaba una copa o trofeo, pues vaya sorpresa cuando tuvo que levantar una gran trenza de ajos para las fotos.

Hombres y mujeres de todas las edades van a participar del concurso.Tienen que tejer una trenza de 30 cabezas de ajo en menos de 12 minutos. Por lejos, la concursante más popular de Castrojeriz es Esther, que tiene a todos sus nietos alentando. Lleva con el ajo desde que era una moza y se tiene mucha fe para ganar. Antes de subir al escenario con su banquito y su bolsa, se gana también el apoyo de un grupo de navarros que llegaron para la feria.

Dan la orden de largada y había que ver la destreza de los tejedores para ir armando de la nada esas trenzas. La experiencia sacaba ventaja a la juventud, y cuando los más jóvenes andaban colocando sus primeras cabezas, los más veteranos ya tenían la cuestión bastante resuelta.Los nietos de Esther no paraban. «La Yaya, la yaya es cojonuda», gritaban, y los navarros se sumaban con el Antón Pirulero. Su abuela iba a quedar tercera en la prueba, y ellos no dejarían de reclamar el tongo de siempre.

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