lunes, 21 de enero de 2008

Pará la mano, Ali

De vuelta en Burgos. Todavía no fui al súper, así que me reparto las comidas por ahí. Hace unos tres meses pusieron un Kebab cerca de mi casa. Para los que no saben qué es, se trata de una especie de sánguche de carne de cordero propio del mundo musulmán, con salsas y lechuga. También hay variedades de pollo, vegetal o queso. En Córdoba hay algo muy similar que se llama Pitá, calculo que en Buenos Aires ya habrá algún kebab. En Alemania, por la influencia turca, los negocios de kebabs son como las pizzerías en Argentina: es la comida rápida más popular.
El caso es que Ali, pakistaní, puso un kebab cerca y lo fui a probar el año pasado. Me sorprendió la cantidad de carne que le ponía, muy abundante. Comí kebabs en París, Berlín y Madrid (lo que simplemente significa que tenía guita para pasaje, pero no para comer algo mejor). Pero nunca había visto uno tan pulenta como el que sirve Ali en Burgos. Es alevoso, le tenés que sacar un poco porque no hay forma de apretar el sánguche. Me juego la cabeza que es el kebab más contundente de toda España y también del planeta. Ahora que volví, fui de nuevo. Parece ser que en tres meses, la fama de abundantes que tienen sus kebabs corrió por toda la ciudad. ¿A alguien se le ocurriría una reunión de pizzerías para quejarse de que un pizzero le pone mucha muzza a la masa? ¿o una de lomiteros para reclamarle a uno por el grosor del lomito? Bueno, eso fue lo que pasó con Ali. ¿Cómo? Tal cual. Parece que se le fue la mano y los otros kebabs, casi todos también pakistaníes, lo llamaron a una reunión para quejarse de que le ponía mucha carne. Y que tan pulenta ya era competencia desleal, mi viejo. “Eh, flaco, pará la mano que nos estás cagando, no le pongás tanto”, le dijeron. Ali no les dio pelota y sigue poniendo carne a lo bestia. Parece buen tipo, pero no estoy seguro de que eso ayude a la hora de hacer negocios.

Todo esto es lo que me sobró después de comer el kebab. El plato es grande, aunque no parezca.